martes, 18 de septiembre de 2012

16º capítulo


-Yo también quiero verlas-anunció Matt, que en todo el rato sólo había estado pendiente de la plática entre Alexandra y yo.
-Emm… sí, denme un segundo, ya vengo-me escabullí hasta mi habitación y cerré la puerta tras de mí, sin esperar alguna palabra de alguno de ellos.
Me senté sobre la cama con las piernas cruzadas y tomé el sobre amarillo entre mis manos; saqué de él las fotografías y lo primero en lo que mis ojos se enfocaron fue en el bello rostro que adornaba aquel papel impreso. Matt era tan hermoso, a su manera. Su despampanante sonrisa, deslumbraba perfecta.
Revisé todas las fotografías, una y otra vez.
-Maldición-farfullé.
De las trece fotos que tenía en la mano, sólo tres eran antiestéticas. Tres eran las que no tenían el rostro perfecto de Matt adornando la imagen. El problema era que Alexandra había notado el grosor del sobre y llevarle sólo tres fotos resultaba ilógico cuando juntas no hacían ni medio centímetro.
Suspiré y tomé las otras diez fotografías para guardarlas en el cajón de mi escritorio, debajo de todo el montón de papeles que ya tenía allí. Salí de mi habitación con el trío de fotos en la mano, esperando no encontrar alguna otra escena que me hiciera sentir incómoda y deseosa de cubrirme los ojos.
Alexandra y Matt hablaban tomados de la mano, él jugaba con sus dedos. Traté de ignorar la irritante punzadita junto a los latidos aplomados de mi corazón.
-Aquí están-las coloqué sobre el pretil de la cocina, en donde ambos estaban.
-¿Sólo tres?-rezongó Alexandra.
-Te dije que no eran muy buenas-me encogí de hombros-. Las otras están horribles-mentí, porque a decir verdad, eran las más hermosas-. Además no tomé muchas.
Allí, Matt pudo haberme desmentido, él sabía cuántas veces había disparado el lente de mi cámara capturando las escenas; pero no dijo nada, sólo observó tranquilo cada una de las fotos sobre el azulejo de la encimera.
Decidí cambiar de tema, antes de que alguna objeción por parte de Alexandra insistiera.
-¿Sabías que la señora Giovanetti tiene un sobrino?-pregunté a mi amiga, mientras que iba al refrigerador por un vaso de leche.
-Sí, Christian. ¿Por qué?-inquirió, y me sentí satisfecha de haber logrado el cambio de ruta en la conversación.
-Hoy lo conocí-dije, sirviéndome la leche en el vaso que había tomado de la alacena.
-¿En serio?
-Sí, me lo topé esta mañana; es lindo-tomé de mi vaso y pude captar que la mirada de Matt se apartó de las fotografías y se posó curiosa en nosotras, en mí.
Era sábado por la mañana, y yo buscaba de todo para matar el tiempo libre sin Alexandra; así que le acepté el café a Chris, supuse que era un buen pretexto para burlar las horas.
Chris me llevó a un café cerca del departamento en donde me acordé inmediatamente del día en que pasé con Matt, sin embargo, la emoción no era la misma.
-¿Puedo preguntar por qué viniste a Venecia?-me dijo, cuando la chica nos estaba acomodando nuestras tazas sobre la mesa.
-Bueno, vine primeramente para visitar a Alexandra. Y para tomar un descanso de mi vida cotidiana-expliqué, dándole un sorbo a mi café.
El sabor a capuccino vagó por mi boca hasta mi garganta.
-Oh, ¿entonces vives con tus padres?-inquirió.
-No-dije, y salió mucho más seco de lo que esperaba-. Mis padres murieron en un accidente.
-Oh, perdóname, no debí preguntar-su bello rostro de ángel se tornó comprensivo.
-No, no te preocupes-musité.
-¿Sabes? Mis padres también murieron-comenzó a jugar con la taza mientras su mirada se fue profundizando en el líquido oscuro que contenía.
Esperé hasta que él decidiera continuar, pendiente de la siguiente palabra que dijera.
-Bueno, en realidad, sólo mi madre murió cuando me dio a luz a mí. Mi padre, bueno, el hombre que embarazó a mamá; se fue-explicó, su voz tomó un tono agrio.
-Oh-musité.
No sabía qué más decir, pero lo entendía muy bien, al menos ambos teníamos algo en común ahora. No teníamos padres.
-¿Desde entonces has vivido con tu tía?-pregunté.
-Sí. Mi tía me ha cuidado bastante bien, ha hecho un excelente trabajo por diecinueve años y no podía estarle más agradecido.
Ahí caí en la cuenta de que Chris estaba en la gloriosa etapa de las diecinueve primaveras.
-Qué linda tu tía-dije, y recordé cuando dije, o más bien pensé, que era todo una vieja amargada.
El me sonrió y me recordó a la sonrisa de Matt. Si tuviera que comparar, sería bastante difícil darle el puesto número uno a alguien. Pero había una vocecilla en mi cabeza que susurró fugaz el nombre de Matt.
La tarde con Chris fue excelente, su forma de ser tan maduro y natural fue lo que resulté admirando, además de su bello rostro delicado, por supuesto. Cuando me di cuenta de la hora, fue cuando llegamos al departamento de nuevo. Eran las siete pasadas con quince minutos.
-La pasé muy bien, Chris, muchísimas gracias-dije apenas puse un pie fuera del ascensor, cuando me di cuenta entonces de que la puerta del departamento de Alexandra era adornada por un bello ángel de oro. Que mantuvo su mirada sobre nosotros y sus brazos cruzados con indiferencia; siempre tan elegante.
Me sorprendí de ver allí al dueño de la mayor parte de mis pensamientos. Aunque enseguida me retracté de esa idea; Matt no tenía por qué convertirse en dueño de mi materia gris.
-Cuando quieras repetirlo, estoy más que dispuesto-me dijo, con esa sonrisa bonita sobre su rostro, haciendo que mi mirada se posara de nuevo en Chris.
Dirigió luego la mirada a Matt y con un movimiento de cabeza lo saludó. Éste respondió de la misma manera.
-Hasta pronto- Chris se acercó y me besó la mejilla.
Pude sentir el cálido y suave contacto de sus labios contra ella, pero mi cabeza seguía funcionando tan perfectamente como antes. Ningún pensamiento interrumpido, ningún atontamiento interno, simplemente nada.
Sin embargo, sí la mirada de Matt sobre el acto.




15º capítulo


Luego, una bella chica se asomó de detrás de aquellos grandes almacenes y me miró con sus grandes ojos pardos.
Su piel pálida, albina, mostraba las pecas esparcidas por su joven rostro y el color caramelo de sus ojos artísticamente coloreados resplandeció con la luz del exterior. Su cabello, alisado y con un color castaño platinado, estaba acomodado en capas y caía juguetón sobre sus hombros. Me sonrió, con sus labios rosados coloreados con brillo.
-Hola-me dijo, amable.
-Amm… hola.
-¿Hablas español verdad?-preguntó.
Asentí con la cabeza sólo una vez.
-Genial, entonces, ¿en qué puedo ayudarte?-me regaló una sonrisa bastante extensa, llena de amabilidad en donde pude distinguir los frenillos en sus dientes; y a pesar de eso, era bastante fina y delicada.
-Bueno yo…-tartamudeé- quería, quiero-corregí- revelar algunas fotos-dije.
-Oh, claro, sólo, ¿podrías esperarme un poquito? Tengo problemas allá atrás con esa tonta fotocopiadora-hizo un mohín.
-Claro-reí.
Se perdió de mi vista en aquella densa oscuridad detrás de los almacenes de los que antes había salido pero aun podía escuchar con claridad sus refunfuños hacía la máquina.
-Eres americana, ¿verdad?-dijo.
-Emm… sí-intenté adivinar el lugar exacto del que provenía su voz, elevando mi cabeza sólo un poco para poder ver algo-. ¿También tu?
-No, pero me encanta el continente. ¿De dónde vienes?
-California.
-¿En serio?-saltó de pronto del lado contrario al que se había metido y me hizo pegar un brinco.
-Sí-balbuceé.
-¡Qué emoción! Siempre he querido ir a América, pero aun me falta mucho por vivir aquí así que-se encogió de hombros-. Me llamo Fernanda, nombre americano, ya lo sé-parloteó poniendo los ojos en blanco-, pero a mis padres también les gusta todo lo relacionado con America-me extendió la mano-; por cierto, dime Ferni, es que Fernanda… bueno, como que no me queda-explicó.
-Un gusto enorme, Ferni. Soy ______.
-¡Qué bonito nombre, ______! Me encanta-dijo e hizo que me riera, halagada.
-Gracias, Ferni.
Aquella linda chica hizo que el tiempo que esperaba para que mis fotografías fuesen reveladas, se me pasara en un santiamén; platicaba conmigo y me hacía sentir como si me conociera desde hace años, además de que el entusiasmo que aplicaba en cada palabra me hacía sentir cómoda y familiarizada, Alexandra era casi igual.
-¿Quién es el chico lindo de las fotografías?-me preguntó, mientras sacaba tales papeles del ácido cianhídrico y los colgaba en el lazo con cuidado- ¿Un modelo?
-No-reí-. Es el novio de mi mejor amiga.
-¿Y lo tomaste como modelo?
-No exactamente-musité.
-Pues, sale en la mayoría de las fotografías-alzó sus delineadas cejas con gesto de acusación-. Y es muy guapo, déjame decirte.
-¿Insinúas algo?-entrecerré mis ojos en ella.
-No. Para nada-negó con su cabeza rápidamente e hizo que me riera.
-Fue accidental que mi lente captara su rostro, nada más-expliqué.
-Está bien, está bien. Yo no dije nada. Pero ¿por qué no sale tu amiga?-acusó, indirectamente.
-Porque ese día sólo íbamos él y yo-murmuré y sus ojos grandes y acusadores se posaron sobre mí, con cierta expresión de emoción.
-No es lo que piensas-manoteé torpemente como diciéndole que parara a sus especulaciones-. Alexandra no pudo llevarme y ofreció a Matt, es todo.
-¿Alexandra? ¿Matt?
-Oh, mi amiga y su novio.
Me dio una sonrisa cómplice que de momento no entendí.
-Pero es bastante guapo, ¿no?-insistió.
-Pues, sí. La verdad, lo es.
Sus ojos se posaron discretos sobre mí y pude notar su sonrisa en aquel cuarto oscuro en el que estábamos revelando las fotos. Pero no dijo nada.
Había sido increíble haber socializado con Ferni, era el primer día que la conocía y me trataba como si fuéramos amigas de toda la vida, algo que por supuesto, me agradó completamente.
Decidí comer fuera, algún restaurante pequeño y no tan extravagante como al que Matt me había llevado el día anterior, además de que no tenía el capital monetario para pagarme algo así.
Cuando llegué al departamento, ví algo que me resultó extrañamente perturbador; abrí la puerta justo en el momento equivocado, quizá si me hubiera apurado o tardado dos segundos hubiera sido mejor que llegar en el instante justo en que los labios de Alexandra se aferraban a los de Matt como si fuera una cuerda atada a otra. Algo golpeó cerca de mi corazón y la fierecilla enloqueció en su pequeña jaula.
-¡Perdón!-musité, terriblemente incómoda cuando sus miradas se posaron sobre mí. Algo que jamás me había pasado cuando veía a Alexandra besar así a Ryan, su ex novio.
-No te preocupes, _______-dijo Alexandra, amable y luego se acercó. Matt sólo me sonrió-. ¿Dónde has estado todo el día, bestia?
Me reí.
-Matando el tiempo-dije-. Sin ti aquí es muy aburrido-hice un mohín.
-¿Te fuiste a vagar sola por las calles de Venecia?-abrió sus grandes ojos cafés.
-No tuve más opciones, tampoco me iba a quedar sentada aquí mirando televisión todo el día.
-¿Qué hay en el sobre?-observó el grueso sobre amarillo que sujetaba en mi mano izquierda, en donde Ferni me había entregado las fotos que había revelado.
No tenía problema alguno en hacerle saber que eran las fotos que había tomado un día antes, el problema era que no sabía cómo explicarle por qué el rostro de su novio aparecía en la mayoría; tampoco sabía por qué tenía miedo de eso.
-Bue… bueno. Nada importante, fotografías-me encogí de hombros, nerviosa.
-¿De las que tomaste ayer?
-Ajá.
-¡Quiero verlas!-exclamó, entusiasmada.
Por instinto sujeté el sobre con más fuerza en mi mano, produciendo arruguitas en el papel y haciéndolo crujir; mientras que mis ojos se abrían como platos.
-Emm… no son muy buenas, Lexi-tartamudeé.
-Cómo no van a ser buenas si eres una excelente fotógrafa. Anda, muéstramelas-insistió y quiso arrebatarme el sobre.
Lo llevé inmediatamente a mi espalda, resguardándolo. ¿Qué me costaba darle el maldito sobre y explicarle que el rostro perfecto de su novio se había fugado en unas cuantas fotos? ¿Qué de malo había en eso?
-Emm… mañana, mañana te las muestro, estoy muy cansada hoy, además, aun tengo que eliminar bastantes, hay muchas que no me gustan-dije, torpemente.
-Hay algo ahí que no quieres que vea, ¿cierto?-me miró con gesto acusativo.
Las manos comenzaron a sudarme y el corazón a latir más acelerado de lo normal. No sabía por qué me sentía como el culpable de un delito en el momento que es interrogado y a punto de ser descubierto en su fechoría.
-Sí, claro que lo hay. Fotos horrendas que no quieres ver. Dame un minuto, las ordeno y te las muestro, ¿está bien?-musité, torpe.


14º capítulo


Levanté la mirada y me topé con un bello rostro meramente inmaculado. Su piel llana y pálida hacía lucir oscuros sus ojos, sin embargo poseían un hermoso color azul siena con motas de luz y las pestañas se expandían con firmeza hacía arriba. Sus labios rellenos y rosados se estiraron y formaron una bonita sonrisa curiosa.
-Hola-pronunció.
-Hola-dije, medio atontada por el bello rostro juvenil que tenía
justo enfrente.
-Perdóname. Es que soy un poco distraído-musitó, ligeramente ruborizado.
-No, no; la distraída soy yo-dije y luego me reí.
-Soy Christian Beadles-me estrechó la mano.
-________ -me presenté.
-Eres americana-adivinó.
-Sí, California, de allí vengo.
-¿En serio? Yo nací en Texas. Soy americano también; pero con raíces europeas-explicó.
Ahora había entendido entonces, por qué me había hablado desde un principio en español; pero luego dirigí la mirada hacía la puerta del departamento en el que él iba a introducir la llave antes de que yo le chocara.
-¿Vives aquí?-balbuceé, al captar el trío de números que formaban el trecientos ocho.
-Sí, con mi tía; te dije que tenía raíces europeas.
La vieja gruñona con la que Alexandra me había dejado la llave de su apartamento era tía del lindo muchacho que me sonreía en este instante. Abrí los ojos ante la sorpresa.
-¿Eres sobrino de la señora Giovanetti?-inquirí.
-Sí, ¿la conoces?
-Sí, bueno no-dije y su expresión pasó a ser una mueca de confusión-. Mi amiga me dejó la llave de su departamento aquí y sólo pasé a recogerla, de allí conozco a tu tía-expliqué.
-¡Oh! ¿Eres tú la linda chica que se mudó con Alexandra?-preguntó, como si hubiese completado un rompecabezas en su memoria.
-Sí y… gracias por lo de ‘linda’.
-Oh, bueno, eres linda-musitó y se encogió de hombros-. ¿Vas a algún lado?
-Sí, a un laboratorio de fotografía. ¿Sabes dónde queda la calle Squero de San Trovaso?-pregunté, mirando el papelito arrugado en mi mano y tartamudeando al leer el nombre de la calle.
-Sí, es cerca de uno de las canales hacía el norte.
-¿Está muy lejos?
-No, puedes ir caminando; son como cinco cuadras de aquí.
-Oh, gracias.
-Puedo llevarte si quieres, tengo auto-ofreció.
-No, gracias, hoy caminaré, tengo tiempo de sobra-musité con aplomo.
-Oh, está bien, ¿puedo invitarte luego un café? Para conocernos, digo, vamos a ser vecinos-se encogió de hombros un tanto avergonzado y ligeramente ruborizado.
-Claro, me encantaría.
-Hasta luego, entonces.
-Hasta luego-dije-. Oh, y grazie mille-murmuré lo que había aprendido de Matt el día de ayer, cuando agradeció al mozo.
Chris me sonrió.
-Di niente, bella ragazza-pronunció. 
Me ruboricé un poco y le dije adiós con la mano; luego bajé las escaleras y me encaminé por las calles de Venecia esperando encontrar lo que buscaba.
Luego de unos minutos y de contabilizar mentalmente las cinco cuadras que Chris me había mencionado, miré hacía el pequeño recuadro blanco ubicado en el muro externo del último edificio de la cuarta calle: Squero de San Trovaso. Sonreí satisfecha al haber acertado en mi búsqueda. Tenía la calle, pero aun me faltaba el laboratorio, decidí caminar hacía la izquierda, en donde los números ascendían, tenía que encontrar el doscientos treinta y siete.
Afortunadamente lo encontré, además de que pude visualizar fuera del lugar el letrero en letras grandes y negras que decía “Photo Lab”. Eso hasta un torpe puede entenderlo.
Crucé la acera y me adentré en el lugar solitario y oscurecido, solamente iluminado por las luces del exterior que traspasaban por el ventanal, pero aquello no redujo ni un poco los escalofríos.
-¿Hola?-musité, esperando a que alguien en el oscuro lugar me respondiera.
-¡Tonta máquina!-gruñó una voz fina y delicada que salió de detrás de los almacenes. Una voz de mujer.
Me quedé pasmada, y mis pies se quedaron congelados en el mismo lugar en donde se habían parado.
-¿Hola?-volví a repetir, ahora un poco temerosa.