martes, 25 de junio de 2013

Lo siento

Bueno, después de más de tres meses sin haber publicado la novela; he vuelto para ver si consigo terminar la novela.
Sólo vuelvo a decir que la historia es preciosa y después de leerla, intentareis encontrar un amor así.
Te cambia la vida.

sábado, 2 de marzo de 2013

36º capítulo


Luego de fantasear en mi cabeza por un rato que para mí fue pequeño, sentí que estacionó el auto y miré a través de la ventanilla. No veía nada fuera de lo normal. Calles y canales y gente transitando por ellos.
No supe cuándo se bajó pero de pronto su figura ya estaba fuera del auto, de lado de mi puerta para abrirla y ayudarme a bajar.
-Gracias-le sonreí, pero aun no sabía dónde estaba ni a dónde me llevaría.
Oí cuando cerró la puerta, entre tanto que yo buscaba y rebuscaba algún lugar especial al que pudo hacer referencia Matt. Pero no había nada.
-Ven-me tomó de la mano y me hizo estremecer.
Me guió por todo el largo de la calle, hasta que al doblar la esquina, pude percatarme del ruido y las luces de la feria que se establecía a lado del puerto. Abrí la boca de asombro, jamás había estado en una feria y mucho menos en una europea.
-¿Te gusta?-me preguntó, mirándome atentamente, con esa bonita sonrisa en sus labios.
-Estoy emocionada-admití, observando todos y cada uno de los detalles de la feria mientras nos acercábamos a ella.
-Alexandra me mencionó que cuando eran pequeñas jugaban a la feria en su cuarto. Ella ya ha venido aquí, pero sé que tú no. Así que, espero que disfrutes esto.
¡Alexandra! La mano se me congeló y me obligué a soltar la de Matt. No debía de olvidarme de Alexandra.
Que lindo eres, Matt-le miré, sus ojos resplandecían con el montón de lucecitas de colores de los puestos y carpas de la feria.
Me sonrió, desarmándome por completo y casi haciendo estallar a mi corazón.
Nos introdujimos a la feria en donde un montón de niños tiraban de las manos a sus padres para hacerlos caminar más rápido y así alcanzar subir a los juegos.
-Y… ¿qué quieres hacer primero?-me preguntó, con las manos en los bolsillos de su pantalón.
-Amm… ¿Hay aquí coches de choque?
El rió y me tomó del brazo para guiarme hasta ellos. Cada uno nos subimos en un auto, mientras que perseguíamos al otro para chocarlo, si es que no nos chocaba primero algún otro carrito y las risas no se dejaban de oír.
Cuando bajamos, mis cabellos estaban más despeinados de lo normal, mientras que los de Matt seguían intactos y perfectamente acomodados en su cabeza, pero traerlo corto para él era una ventaja.
-Eso fue divertido-dijo-. Ahora, ¿a dónde quieres ir?
-Te toca decidir a ti-le pegué cariñosamente en el hombro y reí.
El rió junto conmigo y luego miró alrededor y al final detuvo su mirada en un punto por arriba de mi cabeza.
-¡Subamos allí!-señaló.
Me giré para ver cuál era la atracción que él decía y mi vista se elevó tan alto que instantáneamente se me produjo una inquietud desagradable en el estómago al contemplar la altura del juego.
-No-fue lo primero que salió de mi boca. Una negación rotunda ante la propuesta de Matt.
-Ay, vamos. No es tan malo-su intentó por animarme resultó todo lo contrario.
-¿Tan?-dije, repitiendo la palabra con sarcasmo- No, no, no, ni loca me subo a eso-me di la vuelta, para intentar escapar.
Pero él me detuvo tomándome por ambos brazos, de frente.
-Pues llámame loco porque yo sí me subiré. Es sólo una montaña rusa, _____.
-Una montaña rusa del tamaño del Everest-traté de desasirme de sus manos.
-No seas exagerada-rió y me tomó con más fuerza para encaminarme hasta el tenebroso juego.
Lo cierto es que le tenía un pavor enorme a las atracciones mecánicas, la adrenalina no era lo que más me caracterizaba y jamás en mis veintidós años había montado uno. Esta vez no tenía que ser la excepción, pero Matt insistía y así era más difícil hacerle caso a mi razón.
No sé cómo me hizo llegar hasta la fila que esperaba ansiosa por subir y me percaté de ello hasta que los estrepitosos gritos de las personas abordo me llegaban desde lo alto.
-Estás loco si piensas que me voy a subir a eso-farfullé, intentando huir por tercera vez.
-Ya te dije que sí estoy y te subirás conmigo-no sabía por qué la última palabra me había gustado demasiado, pero antes de que lograra salir de entre la gente que hacía fila, Matt me agarró de la muñeca, me atrajo hacía él y me abrazo fuertemente, haciendo añicos mi fuerza de voluntad y por supuesto, imposible mi escape.
Me quedé quieta y me le quedé mirando, a esa distancia tan pequeña, su belleza era inconcebible.
-Por favor, súbete conmigo-pidió, con la voz más aterciopelada y dulce que jamás haya oído-. No voy a dejarte ir hasta que me digas que sí.
De pronto, olvidé cómo hablar y sólo asentí. Me percaté del latido tan estrepitoso de mi corazón que golpeaba contra mi pecho y también contra el suyo, que estaba pegado al mío, entonces el rubor corrió por mis mejillas ya que él no me soltaba aunque ya había aceptado.
-Genial-me sonrió-. Gracias.
¡Alexandra, Alexandra, Alexandra, Alexandra! La voz en mi cabeza gritaba aturdida. No debía olvidarme de Alexandra. Me obligué a sacar voz de mi garganta.
-Ya te dije que sí, ya suéltame-musité, ruborizada.
-No, si te suelto tal vez intentarías escapar de nuevo; así que hasta que no estemos arriba, difícilmente te creeré-me apretujó más a su cuerpo, casi no podía respirar pero tampoco quería hacerlo si eso significaba dejar mi bella prisión.
Me sonrió antes de mirar de nuevo el temible juego y estando allí en sus brazos, su delicioso perfume llegaba con intensidad hasta mis fosas nasales, inundando todo el aire a mí alrededor y produciéndome un confort en el estómago, transportándome a un mágico paraíso.
-¡Genial! Seguimos nosotros-me dijo, mientras me hacía avanzar detrás de las personas que emocionadas montaban los asientos para dos de la montaña rusa.
El estómago se me revolvió.
-Matt…-la voz me tembló, insegura.
-Tranquila, si quieres yo te protejo-me sonrió y sus brazos se tensaron a mi cuerpo.
Me hizo sentar en el cuarto asiento de adelante y él se sentó a mi lado. Luego sus brazos se volvieron a enrollar en mi cuerpo, ya que me había soltado unos segundos para poder acomodarse en el asiento continuo.
-No estoy muy segura de…
-Ya estás arriba, así que no hay retorno-me interrumpió.
Nos hicieron ponernos el tubo de seguridad y el estómago se me encogió de nerviosismo. El tubo metálico no llegaba hasta mí abdomen.
-No hay peligro de que uno se salga, ¿verdad?-pregunté.
Matt miró que el tubo no me llegaba y rió.
-No, pero dicen que siempre hay una primera vez-rió cínico.
-¡¿Qué?!
-Es broma-se carcajeó-. Tranquila, ¿sí?
Entonces el carrito se empezó a mover por el raíl que formaba el camino ilógico de aquella montaña. Quise correr, sólo tuve las ganas de hacerlo, pero como si Matt me hubiese adivinado el pensamiento, sus brazos se tensaron a mi alrededor, tiernos y protectores.


35º capítulo


-No te preocupes, ______-me dijo-. Demuestra que eres madura, que sabes cómo sobrellevar esto, a lo mejor yo me equivoco y no es más que una amor pasajero, ya sabes, esos de “verano”-volvió a hacer las comillas-, aunque en vez de verano sería invierno-dijo y rió por lo bajo, festejándose su pequeña broma.
-Pues, ojala te equivoques-musité.
Ella rió.
-______, yo no voy a decirte qué es lo que tú sientes, ¿lo amas? Eso sólo puedes contestártelo tú misma-me aconsejó.
-Gracias.
La tarde se había pasado volando, y desde que había vuelto al departamento después de tomar el café con Ferni, me quedé tirada sobre el sofá mirando el techo de la sala. ¿Yo lo amaba? ¿Cómo puede ser posible que ames a una persona en… un mes? Había un pasado un mes, o apenas iba a pasar, la cuenta exacta de los días no la llevaba, pero, yo no era de las personas que amaban en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo debía admitir que Matt se había ganado mi confianza, cariño y ternura en menos de una semana. Él era tan… especial. Como un diamante en bruto dentro de una mina, que aunque no le diera la luz del sol, brillaba con un resplandor abrumador. ¿Alexandra se daría cuenta de ello? ¿Se percataría acaso de lo que tiene realmente a su lado? Me dolió el corazón cuando palpitó, no debería estar pensando aquello.
Contemplé el techo por un rato más, especulando y hundiéndome en mis pensamientos, que iban de los más coherentes y razonables, hasta los más oscuros e ilógicos. Hasta que el timbre sonó, y todas las reflexiones se vinieron abajo cuando el corazón comenzó a latirme de una manera tan descompasada al saber quién esperaba del otro lado. Y el placer de aquel latido era tan intenso que… resultaba doloroso. Entonces comprendí que lo amaba. Y si no, terminaría haciéndolo tarde o temprano; pero estaba casi convencida de que lo que yo sentía iba más allá del simple querer, esto me lastimaba bastante pero… me gustaba.
Fue cuando el timbre sonó de nuevo, insistente junto a unos golpes en la puerta, cuando recordé que Matt estaba detrás de la puerta. Y enseguida me levanté para abrirle.
Pasar el tiempo con él era como no tener conciencia de la hora, no pensar ni preocuparse de nada, sentirte segura y estar siempre riendo, aunque sabía que estaba mal. Pero cuando lo miré a mi lado, en el sofá, moviendo sus rosados labios al hablar con ese entusiasmo y encanto en él y luego reír con una melodía distinta en cada risa, mostrándome sus perlas blancas y gemelas, todas iguales de bellas; me hacía volar y tocar el cielo sin siquiera despegar los pies del suelo.
Pero entonces mi tiempo se reducía a nada cuando Alexandra llegaba y no me quedaba más que sonreír y caminaba hasta mi habitación y daba las buenas noches antes de desaparecer por la puerta y suspirar luego detrás de ella.
Me tiré sobre la cama, como siempre lo hacía, mirando el techo que ya conocía bastante bien y especulando como lo hacía en la sala. Me resultaba irónico que los demás eran quienes hacían que me diera cuenta de mis propios sentimientos, que si estaba enamorada de él, que si estaba celosa, que si lo amaba. ¿Es que yo en verdad era tan torpe y terca? Pero más que mis problemas emocionales de los que no lograba percatarme, había otro grandísimo problema que tomar en cuenta. Alexandra. Yo podría herirla más de lo que me estaba hiriendo yo sola ahora, ella era tan frágil y yo me había convertido en la bruja de su cuento de hadas; al menos así me sentía.
El día siguiente fue bastante raro, porque tenía una extraña necesidad de estar con él. Deseaba que la noche llegara sólo para poder verle, mi alma lo ansiaba. Decidí distraerme con cualquier otra cosa, ya que esto no ayudaba mucho a mi plan de “ignorar a Matt” cuando ayer mismo no me atreví siquiera a sostenerle la mirada por más de diez segundos. Esto no estaba funcionando.
Me asomé a la ventana y observé los carros pasar por la angosta calle, en el camino de faroles que esperaban encenderse en cualquier momento. Fui hasta mi habitación por mi cámara y volví a la ventana para capturar la escena que me había gustado, saqué sólo un par de fotografías para cuando el timbre sonó.
Miré extrañada el reloj, que marcaba las seis con quince de la tarde, ¿quién podría ser a esta hora? Fui a abrir sin dejar la cámara y me sorprendió lo que vi. Era Matt quien me sonreía con lucidez y provocando que los latidos de mi corazón golpearan con ímpetu contra mi pecho. Su presencia me hizo mirar de nuevo el reloj, ¿no era muy temprano para que él estuviera allí? A lo mejor era una ilusión de mi mente y me lo estaba imaginando parado allí, lucía tan radiante pero… siempre lucía así.
-¿Qué haces tan temprano aquí?-pregunté, dejándole pasar.
-Bueno, vine a invitarte a un lugar-dijo, sin quitar aquella sonrisa encantadora.
-¿A mí? ¿A qué lugar?-mi corazón se emocionó y no pudo evitar brincar contra mi pecho.
-Es una sorpresa. Vamos-me tomó de la mano y al instante la piel ardió de un fuego que sólo su tacto ocasionaba.
-Pero…
-Es como una forma de decir ‘lo siento’ por lo del otro día-musitó. Me vio la cámara en la otra mano y se apresuró a decir: - Sería un lindo lugar para tomar fotos-me ánimo, sabiendo que no me negaría jamás a una oportunidad para capturar lugares maravillosos con mi cámara; pero más que nada, aceptaría porque sencillamente era él quien me invitaba.
-Está bien, aunque te dije que lo de nuestra pequeña discusión ya estaba perdonado a pesar de que no tenías por qué disculparte-admití.
-Ya no digas eso, vamos.
Soltó mi mano para darme oportunidad de tomar una chaqueta y un bolso donde guardar mi cámara y junto a él, salí del departamento hasta su ya conocida camioneta Hybrid.
-Te va a encantar-me dijo, mientras conducía por las calles de Venecia, maniobrando con el volante.
Le miré y me sonrió, suspiré.
-¿Qué?-me preguntó, visiblemente sonrojado.
No dije nada, saqué mi cámara y le tomé una foto a su perfil, una perfecta pose de modelo de revista, aunque no se esforzara en lo más mínimo para hacerla.
-¡Oye!-rió, cohibido- Si vas a hacer eso, avísame-bromeó.
-No hace falta, te des o no cuenta, sales muy bien-admití, con una extraña necesidad de pelear por el contra… mi mejor amiga.
-Gracias-bajó la cabeza levemente, y lo conocía lo suficiente como para saber que lo hacía porque se sonrojaba.
Aquello me encantaba y me fascinaba. Él sonrojándose por mí.






34º capítulo


¿Mal? Dios, _____, el vestido es hermoso, te ves genial-me dijo Lexi acercándose a mí.
-Te ves preciosa-musitó Matt, como un escultor admirado de su propia obra.
-¿Dónde encontraste el vestido?-me preguntó, maravillada.
-Pues, Matt… me ayudó a encontrarlo-admití, aunque debería de haber dicho, “Matt lo eligió”
-¿En serio?-se sorprendió Alexandra- No tienes malos gustos, cariño-dijo y rió.
-Gracias.
Me sentí muy observada así que decidí hacerle fiesta al vestido que Alexandra usaba.
-Tu vestido es… precioso-dije-. Morado, claro. Tu color favorito.
Era un vestido sencillo pero lindo, en tono morado, en corte princesa y unos tirantes que lo ataban al cuello.
-¿Te gusta?-preguntó Alexandra.
-Claro, se te ve estupendo-reconocí.
A decir verdad, el vestido era bastante sencillo, sí, pero Alexandra tenía ese no sé qué que hacía lucir cualquier cosa que se pusiera, aun así fuera la prenda más horrible del mundo.
-Entonces, creo que tenemos los vestidos-dijo, satisfecha.
Le sonreí, tímida.
-Alexandra, no tengo con qué pagarlo-dije, el precio del vestido no era para nada barato.
Alexandra explotó en risitas tiernas.
-No seas tonta, ______, yo los voy a pagar-me dijo.
-¿Qué? No, no, no-negué con la cabeza.
-Claro que sí, y no quiero protestas. Anda, cámbiate para ir a pagarlos-me empujó hacía el vestidor y ella cerró la cortina, corriéndola de un tirón.
Me miré al espejo, ahora me sentía peor; Alexandra era una excelente amiga, ¿y cómo le pagaba yo? Enamorándome de su novio. Suspiré y decidí no pensar en ello, ¿para qué me hacía más daño? Me quité el vestido y lo doblé sobre mi brazo, para salir cuando ya estaba vestida con mi ropa.
Alexandra pagó ambos vestidos y aproveché para agradecerle a Matt la ayuda.
-Gracias, por elegirme el vestido-dije y le sonreí de una forma desconocida para mí.
-Por nada, me alegra haberte ayudado.
Me le quedé mirando, justo como él a mí. Su mirada miel era como una canción romántica en mi alma, de esas canciones que te hacen desear bailar bajo la luz de la luna.
-Matt, _____-nos llamó Alexandra y nos hizo apartar la mirada del otro-. Vámonos-sonrió.
Me dio la caja del vestido y Matt tomó la suya para llevarla él, luego se giró a mí.
-¿Te ayudo?-se ofreció.
-Claro-dije y le di la caja.
Salimos de la tienda, y Alexandra tomó la mano de Matt para caminar hasta su Hybrid. La fierecilla se enfureció por ver el entrelazado de dedos entre ambos. De pronto, deseaba al menos confundirlo, que alguna parte de su cerebro formulara mi nombre junto a una remota posibilidad… al menos. Pero al instante de que me percaté de aquello, me retracté velozmente. Esto no debería de estarme pasando.
Sacudí la cabeza como queriendo deshacer esos pensamientos y decidí ignorar a todo aquello que la fierecilla me gritaba, aun así yo estuviera de acuerdo.
El chillido del tocino sobre la cazuela caliente tronaba en mis oídos y el aroma que éste desprendía hacía que mis tripas se quejaran de hambre. Apenas había conseguido sobrevivir ayer, tenía que admitir que me dolía bastante el corazón verlos reír y abrazarse, y ni hablar de cómo se me partía el corazón cuando se besaban.
Serví el tocino sobre el plato amarillo en donde ya estaban un par de huevos revueltos, me senté a comerlos, tratando de no traer a mi mente los recuerdos de ayer, porque dolía, de verdad dolía.
Cuando terminé de comer, lavé mi plato y salí del departamento; hoy tenía que ir con Ferni a contarle todo, porque aunque yo le llevara algunos años de diferencia, ella era increíblemente madura, su manera de pensar me fascinaba y me dejaba sorprendida, y yo le tenía la confianza suficiente como para ir y contarle mi secreto inconfesable.
La saludé en cuanto la vi, su blusa amarilla fue lo primero que capté en la oscuridad del laboratorio antiguo, pero luego su cara de ángel atrajo mi atención.
-Me tienes abandonada-me dijo, bromeando.
-Lo sé, lo siento.
-¿Trajiste material nuevo?-me sonrió, entusiasmada.
-No, en realidad no traigo fotos ahora-vacilé-. La verdad tengo algo que contarte.
-¿Chris preguntó por mí?-sus ojos destellaron encanto.
Reí.
-No, la última vez, pero sí lo hace.
-Oh…-musitó.
-Vayamos a tomar un café, ¿quieres?
-Claro-aceptó.
Salimos y recorrimos algunas calles, hasta que nos sentamos en un café cercano.
-Bueno, dime, que me estoy muriendo de la curiosidad-me instó, palpándome el brazo.
Sonreí nerviosa y la expresión me cambió al instante.
-¿Por qué esa cara?-me preguntó, preocupada.
Pensé qué decirlo así, sin tantos rodeos, era la mejor opción, así que hablé rápido y sin tropiezos.
-Estoy enamorada del novio de mi mejor-dije, atropellando las palabras.
-¡Q-q-qué dices! ¡Oh! Cuéntamelo todo, ¿eh?-su bello semblante de ángel hábilmente maquillado se puso atento, inclinándose hacía adelante un poco- Tengo bastante tiempo.
Me le quedé mirando, sorprendida y divertida por su reacción. Ella interpretó perfectamente mi silencio.
-Oh, lo siento-dijo, tranquilizándose-. Cuéntame-y volvió a recargarse en el respaldo de la silla.
Le conté la historia desde el principio, el tiempo nos sobraba a ambas y, desahogarme con Ferni me resultó más sencillo de lo que esperaba. Ella era mujer, me entendía y comprendía más de lo que lo hubiera podido hacer Chaz o Chris. En el transcurso de la charla, la veía hacer expresiones de sorpresa y otras de que estaba sumamente atenta; todo eso me recordó a Chris, ambos tenían un rostro expresivo pero de ángel.
Cuando terminé de contarle, el silencio que guardó me hizo sentir nerviosa y comencé a enrollar mis dedos entre el blanco mantel de la pequeña mesa redonda.
-Es el chico de las fotos, ¿no?-preguntó.
-Sí.
-Lo sabía-dijo y sonrió con autosuficiencia.
-¿Qué sabías?-pregunté, confundida.
-_______, los ojos se te veían brillar cuando hablabas de él, y vaya que es apuesto el muchacho, ¿eh?-soltó una risotada.
-¿En serio?-dije, afligida. Si ella lo había notado, ¿Matt se habrá dado cuenta de cómo es que late mi corazón cuando está cerca?
-Lo amas-puntualizó.
-¿Amarlo? ¿Estás loca? ¡Claro que no!-chillé, escandalizada. No había llegado hasta ese punto, aún.
-Claro que sí, _____, se te nota. Amar y enamorarse no es lo mismo; enamorarse es disfrutar de todas aquellas sensaciones que se sienten al ver a la persona… “especial”-hizo las comillas con los dedos-. Pero cuando amas, ya empiezan a doler.
Me quedé en silencio, sopesando sus palabras y al comprender, se me cayó el mundo encima. Ella tenía razón. Yo… lo amaba. Dejé salir un leve gemido.


viernes, 22 de febrero de 2013

33º capítulo


Pero el sólo contacto de su mano con mi brazo, hizo arder mi piel. Me giré a mirarle, esperando algo parecido al extraño comportamiento de ayer, pero su mirada era distinta, era como siempre había sido, tierna, inspiradora, brillante.
-¿Podemos hablar un minuto?-pidió y su voz de terciopelo acarició mis oídos.
Asentí y me soltó.
-Creo que…-comenzó y al instante bajó la mirada- que te debo una disculpa-musitó, pero yo me quedé en silencio, porque en realidad no sabía qué decir. Entonces él levantó su mirada miel y capturó mi rostro, como no dije nada, continuó hablando-. Por lo de ayer, la… extraña discusión que tuvimos, yo… eh… debí agradecerte, aunque no le veo nada de malo darle una simple flor a una amiga; pero tienes razón.
-¿En qué tengo razón?-pregunté, hablando por primera vez desde que inició el día.
-En que a quien debo de darle ese tipo de cosas es a Alexandra, ella es mi novia-esbozó una tenue sonrisita-, ¿no?
Me quise morder la lengua. Retractarme de las palabras que había dicho ayer, pero ya no podía, además de que era verdad, yo tenía razón, y me dolía tenerla.
-Claro, sí-sonreí también. aunque fingidamente.
-Entonces…-vaciló- ¿estamos bien? Digo, somos amigos, ¿verdad?
Amigos. La palabra rebotó en mi mente como pelota de ping pong. Me dolió.
-Claro, amigos-esbocé una tenue, apenas visible sonrisa.
-Genial-su sonrisa se volvió amplia.
-¡______, Matt! ¿Por qué se quedaron allí?-Alexandra salió de nuevo a la vista y nos tomó de la mano a cada uno, llevándonos con ella- _______, he visto unos vestidos preciosos, te encantarán-me dijo, animada.
Le sonreí, fingiendo entusiasmo.
Nos llevó hasta el fondo de la tienda, en donde ella ya había hecho selección de tres vestidos; uno en verde, otro en morado y el último en tono tinto.
-Ve y escoge alguno que te guste, ______, anda-me instó y me señaló un apartado con varios vestidos.
Me giré a ellos y comencé a pasar la mano sobre cada uno, distraídamente. Rosa, rojo, negro, amarillo. Los colores pasaban por mi mente, pero nada más; porque en realidad no le estaba prestando atención alguna al diseño del satín.
Amigos. Aquella conclusión de él me decía que ese era nuestro destino, nada más. Si yo tenía sueños, esperanzas o cualquier tipo de especulación acerca de una posible relación futura, tenía que echarlas a la basura. Nada iba a pasar, nunca, sencillamente porque él era el novio de mi mejor amiga.
-Creo que el azul se te vería estupendo-dijo a mi lado, haciéndome volver a la realidad, pero aun manteniéndome perdida en las capas de terciopelo de su voz.
-¿Cómo?-pregunté, atolondrada.
-El azul-señaló un maniquí llevando un precioso vestido largo, en tono azul violeta tornasol, o un azul Copenhague, no supe bien. Con diseños en dorado.
Me acerqué a el, sumamente atraída y Matt me siguió.
-Muy espacioso, ¿no crees?-dije, admirando el amplio del faldón.
-No tanto. Perfecto, diría yo-me dijo-. Se te vería estupendo, como la blusa que tenías el día que salimos con mi hermano, ¿recuerdas? Además, es mi color favorito-añadió.
¿Qué si lo recordaba? Lo que me sorprendí era que él lo hiciera.
El vestido era realmente precioso, así que me lo probé, justo como Alexandra lo hacía con los que había elegido. Mientras que Matt esperaba sentado afuera.
-Se te ve hermoso-dijo Matt, cuando Alexandra le preguntó qué tal, entre tanto que yo me esforzaba por meterme en el vestido, torpemente.
Me pregunté qué color era ahora el que Alexandra vestía, ya que se había probado primero el vestido en tono tinto. Corrí la cortina y salí del vestidor cuando por fin logré acomodarme el elegante vestido.
Alexandra y Matt me miraron, asombrados.
-¿Me veo tan mal?-pregunté, un poco cohibida ante ambas miradas de alucinación.




sábado, 12 de enero de 2013

32º capítulo


Algo me estrujó el estómago cuando dijo su nombre.
-Bueno, ¿y qué quieres que haga? Chaz se ha vuelto un amigo excelente y Chris es una persona grandiosa. A Ferni la conozco por que trabaja en el laboratorio de fotografía y es una chica sensacional. Así estoy bien, no ocupo tener tantas personas en una vida que pronto dejaré. No voy a quedarme a vivir en Venecia por siempre-dije.
-Ya lo sé, _______. Lo que trato de decir es que disfruta el tiempo que estés aquí.
-Eso lo hago, créeme.
-Pero…
-¡Tu pizza está lista!-canté al oír el pitido del horno-. Me voy a dormir, te quiero, buenas noches-le lancé un beso y me fui a paso apresurado a mi habitación.
Me sentía culpable, porque la verdad era que no me entusiasmaba tanto la idea de pasar el día con Alexandra, al menos no si lo veía de la perspectiva de que no vería a Matt, o mejor dicho, de que no estaría yo sola con él. Me revolqué entre las sábanas de mi cama hasta que la apenas cálida luz del sol me llegó a los ojos.
-Bestia-los golpes en la puerta no fueron tan intensos, pero sí molestos.
-Ya estoy despierta-farfullé.
Salí de mi habitación y miré a Alexandra sonreírme. Me sentí mal de nuevo.
-¿Cuáles son los planes de hoy?-pregunté, totalmente desganada.
-Conseguir un vestido elegante-me dijo.
-¿Elegante? ¿Qué celebramos?-inquirí, confundida.
-El próximo domingo es el cumpleaños del señor Vittore y, ya sabes cómo son todas esas personas-puso los ojos en blanco-. Gastan hasta el último centavo para darle lujo al ambiente.
-¿El señor Vittore?-traté de pronunciar el apellido con el acento que Alexandra había utilizado.
-Sí, el dueño del Hospital, Roberto Vittore-explicó.
-Oh… ¿y…?
-Estamos invitados-sonrió ampliamente.
-¿Invitados?-quería saber a quiénes se refería.
-Sí, tú, yo y Matt. Quien por cierto ya debería estar aquí-divagó, mirando el reloj de su muñeca.
-¿Matt? ¿Nos acompañará?-hice un mohín.
-Claro, ¿y luego quién nos dirá que nos vemos lindas con los vestidos?-bromeó.
-Pero Matt es… un chico. Sabes que no les gusta eso-intenté encontrar una excusa creíble para que Matt no fuera, yo no debía siquiera estar cerca de él.
-Pero es mi Matt-dijo y me dolió-, él está dispuesto a acompañarnos.
Entonces el timbre sonó. El corazón me latió ansioso, presuroso y… angustiado.
Alexandra corrió animosa hasta la puerta, mientras que yo me quedé parada allí, con ganas de correr en dirección opuesta. Después de la pequeña discusión que tuvimos ayer no sabía qué sentir. Pero entonces Alexandra abrió la puerta y la luz apareció en mis ojos, allí estaba él, tan deslumbrante como siempre, usando una camisa en color azul a cuadros, desabotonada, y un jeans del mismo tono, ajustado a sus despampanantes piernas. Hizo que el mundo se me volteara en un segundo cuando me miró.
-¡Amor!-dijo Alexandra, sin duda feliz. Pero esta vez en darle un beso en los labios, se lo dio en la mejilla.
Agradecí aquello, aunque la fierecilla igual se sintió celosa.
-Hola-musitó Matt.
La saludé con la mano.
-Ve a cambiarte, ______-me instó Alexandra y sólo entonces caí en la cuenta de que estaba en pijama, de nuevo-. Nos espera un largo día.
Sonreí y sin decir nada me fui a mi habitación, haciendo un mohín mental por el adjetivo que Alexandra acababa de usar para calificar al día… largo.
Me puse un blusón negro combinándolo con un jeans en tono gris y até mi cabello en alto, luego salí al encuentro con ambos.
-¿Lista?-preguntó Alexandra.
Asentí. Era raro, como si me hubieran quitado la voz, pero lo cierto es que me sentía realmente incómoda al recordar la discusión de ayer. Y al parecer no era la única, Matt tampoco hablaba mucho.
Nos fuimos en su Hybrid negra, Alexandra en el asiento del copiloto, claro, y yo acurrucada atrás, mirando a través de la ventana polarizada. Recordé cuando íbamos solos los dos, yo en lugar de Alexandra, y deseé fervientemente que ahora, Alexandra se borrara de la escena y al instante me sentí mal, traicionera. Suspiré, empañando el cristal negro.
-______, ¿tienes alguna idea para el vestido?-me preguntó Lexi.
-¿Ah?-musité, encerrando mis pensamientos en algún cajón de mi mente.
-Sí, algún color que tengas ya en mente-me miró.
-Oh, bueno… no, en realidad-me encogí de hombros.
-¡Yo sí!-anunció- Creo que escogeré uno en tono tinto-me dijo, pero luego miró a Matt- ¿Te gustaría?-le preguntó.
-Te verías hermosa con ese color-respondió.
Algo me picó cerca del pecho, como si una aguja se me enterrara en el corazón: me giré de nuevo a mirar hacía la ventana, tratando de ignorar la situación.
Matt condujo hasta una calle que estaba repleta de tiendas de vestidos de gala, como si fuera alguna calle de Nueva York, así me pareció.
Al bajar, Alexandra me tomó de la mano y me hizo apresurar el paso, emocionada; mientras que Matt nos seguía detrás.
Entramos a una tienda que en sus vitrinas exhibía tres preciosos vestidos en maniquís blancos y sin cabeza. Al instante, la calefacción del lugar me abrigó el cuerpo, ya que afuera estaba frío.
-¡Mira esos vestidos, ______!-Alexandra señaló hacia su derecha, mostrándome tres vestidos en tono negro.
-¿Puedo ayudarle?-preguntó una señora amable, que tenía el cabello color caoba acomodado en un peinado de estética, con un acento italiano apenas reconocible.
-Sí, estamos buscando vestidos para una fiesta elegante-dijo Alexandra y luego le sonrió.
-¿De noche?
-Sí.
-Síganme-dijo ella y caminó más al fondo de la tienda.
Alexandra me hizo seña de que la siguiera y luego volvió a girarse para seguir a la señora. Apenas iba a dar el primer paso, su mano me ató del antebrazo, con fuerza pero sin causarme daño alguno, no hizo falta que me girara para comprobar que era Matt, conocía sus manos muy bien.


31º capítulo


Matt y Alexandra se separaron y sus bocas volvieron a ser dos. Algo dentro tironeó mi corazón.
-Perdón-dijo Chris, ya que yo me había quedado sin voz.
-Oh, no te preocupes, Christian-se levantó Alexandra del sofá y se acercó-. ¿Ya te vas?-preguntó, medio consternada.
-Sí-dijo él.
Me empujó discretamente por la cintura, mientras que yo me esforzaba por borrar mi rostro afligido. Medio reaccioné. Seguí a Chris hasta la puerta y él notó mi reacción.
-Nos vemos luego, chicos-dijo Chris y dijo adiós con la mano a Matt y a Alexandra. Entonces se acercó a mí y me plantó un beso tierno cerca, muy cerca de los labios, rozando sólo la orilla y antes de que se despegara demasiado de mi rostro me guiñó el ojo.
Me quedé parada allí, analizando lo que Christian acababa de hacer, o mejor dicho, por qué lo había hecho.
-Adiós-musité por fin y luego cerré la puerta tras ver la sonrisa de Chris.
Me giré y los ojos inquisidores de Alexandra me acusaron mientras que los de Matt me miraban como si estuviesen furiosos. Pero eso era imposible, ¿no? No puede enojarse tanto por una estúpida rosa. Porque… esa era la razón, ¿no?
Se limitó a intimidarme y cuando lo notó dejó de hacerlo y bajó la mirada.
-¿De qué tanto hablaron tú y Chris?-preguntó Alexandra, la curiosidad que siempre había existido en ella ahora me resultaba extrañamente fastidiosa.
-De nada importante, ya sabes-me encogí de hombros-, su tía, la cena-dije, divagando un poco- ¿Sabes? Voy a ver si tenemos correspondencia-inventé, para poder escapar un rato de aquel incómodo momento.
-Pero…
No dejé que Alexandra terminara e interrumpí el sonido de su aguda voz cuando la puerta me colocó del otro lado, suspiré y bajé con lentitud las escaleras, necesitaba un poco de aire fresco. Llegué hasta el último piso y revisé en el cajón marcado con el 312 para ver si teníamos correspondencia, no había nada más que unos cuantos folletos de publicidad sobre cuentas de banco, a lo poco que pude entender. Arrugué los papeles y los hice una bolita mal hecha, luego salí del edificio y me senté en las escaleras de la entrada en donde deposité las bolitas de papel a un lado, me llevé ambas manos a mis ante brazos, esta noche había decidido teñirse de un azul oscuro y gélido aire. Suspiré, haciendo que el vapor saliera de mi nariz y chocara con el frío.
La puerta se abrió a mis espaldas y antes de que pudiera articular algún pensamiento, su voz me distrajo.
-Necesitamos hablar-me dijo Matt haciéndome pegar un brinco, su tono era un poco áspero y cuando me giré a mirarlo, se esforzaba en ocultar un rostro medio colérico, pero la máscara no resistía muy bien.
De pronto me asusté. ¿Tan mal se había tomado que yo le haya dado la rosa a Alexandra? Le miré con ojos angustiados.
Se sentó a mi lado, allí en el frío cemento de las escaleras desgastadas de la entrada y el contacto con su piel me produjo un tierno calor cuando pegó su brazo y hombro al mío.
-¿Qué sucede?-pregunté.
-¿Qué fue eso?-me dijo, con el mismo tono de voz.
-¿Que fue qué?-esto parecía un juego de palabras.
-Eso, con Christian, ¿por qué te besó?
Me solté a reír de puro nerviosismo, yo pensando que él me daría una buena amonestación por lo de la rosa y, ¿me sale con eso?
-No me besó-dije.
-¿Entonces cómo le llamas al hecho de que él haya pegado sus labios a los tuyos?
-¿Qué?-reí aun más y al parecer a Matt no le hacía mucha gracia. -Chistian no me besó, no en los labios, al menos. Fue sólo un beso de amigos.
-Pues no parecían amigos-farfulló.
-Lawrence, pareces mi padre-dije, medio molesta por tener que darle explicaciones y la risa se volvió una línea tensa en mis labios.
Matt suspiró y decidió mejor cambiar de tema, aunque no de tono de voz.
-¿Por qué le diste la rosa a Alexandra?-preguntó.
-Porque ella es tu novia, Matt-dije, aunque me haya dolido rectificar aquello-. A ella es a quien debes de darle rosas, osos de peluche o lo que sea.
-Pero yo te la quise dar a ti-insistió.
-Y yo no iba a decirle a Alexandra eso, ¿o sí?-suspiré-. Matt, ¿por qué te molestas tanto con las cosas que hago? ¿Por qué te importa que le haya dado la rosa a Alexandra e inventado una excusa para salvarnos el pellejo? ¿Por qué te molesta si Christian me besa o me lleva un ramo de flores?
Se quedó en silencio un rato, mirando hacia delante con el ceño fruncido y sus labios formando una línea.
-No lo sé-musitó-. Tengo que irme-se levantó rápidamente y caminó hasta su Hybrid negra y subiendo a ella condujo hasta desaparecer calle abajo.
Me quedé sentada allí, sin saber bien qué había ocurrido hace unos minutos; era la clase de desconcierto que hace que te duela la cabeza y sentir cómo si tus pies volaran lejos del planeta Tierra. ¿Por qué Matt había actuado así? A no ser que… no, claro que no. Eso sería imposible.
Suspiré agobiada, si Matt había malinterpretado todo, seguro Alexandra también y ahora, aunque no tenía ganas de mantener una conversación para mentirle más a Alexandra y sonreírle condescendientemente, tenía que pararme enfrente de ella y darle el mismo sermón que le dí a Matt, el de “Christian y yo sólo somos amigos”.
Me levanté desganada y abrí la puerta del edificio, conduciendo mis pies escaleras arriba hasta llegar al tercer piso y al departamento 312. Suspiré de nuevo antes de entrar, rogándole a Dios tan sólo un poco de ayuda, Alexandra podía llegar a ser realmente persistente.
Abrí la puerta girando la dorada perilla y visualicé a Alexandra mirando TV desde la cocina; mientras intentaba recalentar en el horno un pedazo de pizza del día jueves. Cuando me vio entrar se giró hacia mí y me sonrió de gran manera haciéndome ver sus dientes medianos y blancos, tan fuertes como un roble.
Traté de sonreír.
-¿Por qué la gran sonrisa? ¿La pizza no se te quemó hoy?-bromeé.
-Aay-se quejó como niña pequeña-. Eso sólo fue una vez y hace ya varios años-dijo y rió, dejando escapar el sonido levemente gutural de su risa.
Me tuve que reír también, recordando aquella escena de la pizza quemada en casa de su abuela, cuando teníamos diecisiete años.
-Bueno, pero no es por eso porque sonrío-me dijo-. Tú tienes algo que contarme-levantó las cejas una y otra vez.
-¿Cómo qué?-me hice la que no sabía.
-No sé, tú dime, algo que tenga que ver con un chico de pelo rizado, llamado… ¿Christian?-tanteó.
Puse los ojos en blanco.
-Alexandra, ¿cuándo vas a entender que entre Chris y yo sólo hay una bonita amistad? Ya aclaramos el punto y ambos estamos bien siendo amigos.
-Pero yo vi…
-Un beso, ya sé-la interrumpí, de nuevo poniendo los ojos en blanco-. Lexi, pero ese no fue un beso en la boca, fue en la mejilla, cerca, pero fue de amigos, nada más-dije.
Se quedó en silencio como por tres segundos y luego exhaló.
-Eres aburrida-dijo y se giró para ver su pedazo de pizza girar en el plato de vidrio, dentro del horno.
-El hecho de que no me guste Chris no quiere decir que sea aburrida-me defendí.
-No, pero desde que llegaste a Venecia, no has salido con ningún chico-me dijo-. A menos que…-se giró de nuevo y me miró, la sonrisa volvió a expandirse por su rostro- ¿Te gusta Chaz?-preguntó.
-¿Qué?
-Pues, no sales con más chicos, vas de aquí para allá pero no sin las mismas personas: Christian, Chaz, tu amiga la de los Agnelli e incluso Matt.
Algo me estrujó el estómago cuando dijo su nombre.



30º capítulo


Cuando abrí, un ramo de rosas rojas le tapaba la cara a alguien y sólo divisé las viriles manos que lo sostenían. Todos nos quedamos observando, confundidos y curiosos, hasta que el ramo de rosas bajó y pude ver el bello rostro juvenil de Chris, sonriéndome.
-Hola-me dijo.
-Hola-musité, aun confundida.
-¿Puedo pasar?-preguntó.
-Adelante-animó Alexandra, esperando ver la escena que ya imaginaba.
Recordé las palabras de Chaz de esta mañana, y me esforcé de verás por no sacarle provecho al asunto. Al menos no a propósito.
Chris condujo sus pies hasta quedar atrás de mí, y luego yo cerré la puerta, temiendo por lo que pudiera pasar a continuación.
-Ten. Es para ti-me dijo cuando le miré y me extendió el ramo.
No quería, pero no pude evitarlo y miré por la colilla del ojo a Matt, quien tenía un ceño ligeramente fruncido. Luego a Alexandra, quien con ojos como platos contemplaba la escena, ajena a la expresión de su novio y completamente emocionada; como de esas niñas que ven un espectáculo de navidad en primera fila y apenas pueden esperar para saludar al sujeto gordo vestido de Santa Claus.
-Gracias, Chris-tartamudeé, tomando el ramo.
-Te dije que lo haría y bueno, yo siempre cumplo-musitó.
Antes de que pudiera yo decirle algo, Alexandra habló, pero para Matt.
-Oh, amor, eso me hizo recordar-dijo-. Gracias por la rosa-besó su mejilla.
Matt, desconcertado, frunció el ceño.
-¿Cuál rosa?-preguntó.
Oh, oh. Pensé.
El corazón se me aceleró en un intento de explotar de nerviosismo y las manos desprendieron un poco de sudor frío.
-¡Eh, Matt!-dije, adelantándome a la situación-. La rosa que le dejaste a Alexandra ayer, como disculpa porque no pudiste venir, ¿recuerdas?-rogaba por que Matt me siguiera la corriente y también porque no se molestara conmigo.
Miré de reojo a Chris, quien sabiamente guardaba silencio y su rostro me decía que trataba de comprender lo que estaba sucediendo.
Los ojos de Matt me miraron, extraños. Fue una mirada que no supe describir, sus ojos algo me dijeron pero yo no entendí, estaba demasiado nerviosa como para ponerme a descifrar el mensaje que me gritaban. Luego de un silencio, Matt retiró su mirada de mí y le sonrió a Alexandra.
-Sí, ya recuerdo-musitó-. De nada-dijo.
Suspiré de alivio.
Después de eso, Alexandra volvió al ataque.
-Y Chris, ¿a que se debe tan gran detalle con ______?-preguntó Lexi, preparada quizá para la pelea.
-Emm…-tartamudeó.
-Porque somos excelentes amigos, ¿verdad, Chris?-interrumpí.
-Claro-dijo el interpelado.
-Chicos, les daremos privacidad. Chris y yo iremos a mi habitación-tomé la mano de Christian mientras que con la otra aun sostenía el ramo-. Vamos, Chris-lo llevé hasta mi cuarto, mientras que éste trataba de comprender mucho más todo lo que había ocurrido antes.
La mirada inquisidora de Alexandra estaba a mis espaldas y la de Matt, desconcertado, también nos seguía, hasta que nos deshicimos de ambas al cerrar la puerta.
Cerré los ojos y suspiré.
-Dios…-murmuré, aliviada.
-¿Qué acaba de ocurrir allá afuera?-preguntó, Chris.
Le miré y suspiré de nuevo, era hora de contarle todo.
-Tenemos que hablar, Christian-dije y le hice seña de que se sentara sobre la cama entre tanto que yo me sentaba a su lado y ponía el ramo sobre la almohada.
-¿Qué pasa?-preguntó, inquieto.
-¿Recuerdas ayer cuando te dije que si alguna vez te había gustado alguien prohibido?-inquirí, en voz baja.
Él asintió.
-Bueno…-guardé silencio por un minuto, mientras que los ojos azul siena de Chris esperaban que siguiera hablando- creo que estoy enamorada de Matt-admití, casi con un hilo de voz.
-¡¿Qué tú qué?!-farfulló.
-¡Shhh!-exclamé, para que bajara su tono de voz-. Chaz me hizo darme cuenta de ello.
-Pero es el novio de Alexandra, y ella es tu mejor amiga-musitó, con un leve tono de desesperación.
-¿Y crees que no lo sé?-dije, triste- Pero uno no decide de quién enamorarse-cité, lo que hace unas horas había aprendido de Chaz.
-¿Y lo de la rosa? 
-Bueno, Alexandra llegó ayer y la vio tendida sobre la mesa de centro, me preguntó que si fuiste tú quien me la había dado y dije que no, ya sabes, no quería que empezara a especular más de lo que ya lo hace; entonces le dije que era Matt quien se la había dejado a ella, porque no podía decirle que su novio me la había dado a mí-expliqué.
-Eres una gran amiga, ______-me acarició el hombro.
-Claro que no, ¿qué clase de amiga se enamora del novio de su mejor amiga?-dije, en un chillido ahogado.
-Bueno, exceptuando eso. Entonces, ¿te molesta que yo…? Ya sabes.
-Chris, no quiero usarte para darle celos a Matt-bajé la cabeza.
-No siento que me uses. Aunque Matt sí se pone celoso, cosa que no debería.
-Eres un gran amigo para mí, Chris. Es así como yo te veo. Discúlpame.
-No tienes que pedir perdón por eso, _____-sonrió-. Eres muy linda, claro, pero también eres una amiga para mí.
-Gracias, Chris.
-¿Y ahora qué piensas hacer?-me preguntó.
-Trato de ignorar a Matt.
-¿Por eso no le abriste la puerta?-rió.
-¿Cómo sabes eso?
-Mi tía me dijo que lo vio sentado allá afuera, como si esperara.
Suspiré.
-No siempre podrás evitarlo, _____-me dijo.
-Ya lo sé.
-¿Sabes? A lo mejor no es enamoramiento, simplemente es… deslumbramiento muy profundo-trató de animarme.
-¿Qué diferencia hay?
-Que en uno estás enamorada, en el otro no-rió, pero su broma no provocó nada en mí e inmediatamente volvió a la seriedad-. Cuando me ocupes, sabes que voy a estar allí-me acarició la rodilla.
-Gracias, Chris. En serio, gracias.
Una vez aclaradas las cosas, Christian y yo pasamos el rato riéndonos, aunque mi risa no fuera con mucho sentido.
-Creo que ya es hora de irme. No quiero perderme la cena-dijo Chris, sobándose la panza.
-Está bien. Ojala podamos vernos mañana-sonreí.
-Claro.
Me paré para abrir la puerta de mi habitación y Chris me siguió. En cuanto la madera me dejó ver la escena exterior, deseé cerrarla de nuevo de un solo portazo. ¿Cuántas veces se necesitaba ver la escena amorosa entre Matt y Alexandra para que mi corazón se rompiera por completo? Me paré en seco y Chris detrás de mí. Matt y Alexandra se separaron y sus bocas volvieron a ser dos. Algo dentro tiró mi corazón.


29º capítulo


No quería que Chaz se fuera, porque sabía que luego tenía que enfrentarme yo sola a un montón de sentimientos que no deben de estar dentro del corazón que ahora latía dentro de mí cuando lo veía a él.
Me mordí las uñas con nerviosismo, ideando quién sabe cuántos planes para evitar a Matt, porque sí, eso es lo que haría, después de haberlo pensado y repensado, la decisión más sabia era evitarlo, así, a lo mejor, los absurdos sentimientos desaparecían. Miré el reloj con nerviosismo, como alguien que teme que el tiempo de un examen se acabe cuando no vas siquiera a la mitad. Faltaban doce minutos para las siete de la tarde.
Contárselo a Chaz y que este me hiciera ver las cosas con claridad, había servido sólo para atormentarme; porque ahora ese era exactamente mi problema, todo estaba ya claro y yo estaba enamorada de alguien de quien no debía. Tanto tiempo compartido había traído consecuencias fatales para mí.
¿Y si no le abro? Pensé. Cuando llegara podría ignorarle y no salir a abrirle, así, el se iría y yo no tendría que atormentar a mi corazón, haciéndolo latir para luego ordenarle que se callara. Corrí a mi habitación, dispuesta a embarcarme en mi mundo e ignorar los ruidos externos, y eso incluía el llamado a la puerta que en cualquier momento se oiría.

Conecté mi reproductor de música al par de bocinitas que papá me había regalado en el cumpleaños número diecisiete y dejé que la música sonara queda por toda la habitación. Mientras sonaba la primer canción de la lista, aquellos golpeteos en la puerta tan reconocibles ya, se escucharon, haciéndome latir el corazón con un palpitar que resultaba ridículo. Traté de ignorarlos y sobre todo, ignorar el pensamiento de saber quién era el que estaba detrás de la puerta. Pero los golpecitos se aferraron a seguir llamando y era como si su sonido me incitara a correr y ver el rostro que ahora se proyectaba en mis sueños. Arranqué de un jalón el reproductor y conecté los auriculares blancos para luego llevarme cada uno a los oídos, haciendo girar el círculo para que el volumen subiera y me atronara en los oídos indefensos. Me tumbé sobre la cama y cerré los ojos con fuerza, produciendo una que otra arruguita en el parpado. Enterré la cabeza en la almohada y luego canturrié algunas estrofas de All the small things de Blink 182, que sonaba con potencia en mis oídos, haciendo de mi voz sólo un farfullar ahogado que nada más yo entendía.

Así pasaron casi cuarenta y cinco minutos hasta que decidí que no quería quedarme sorda antes de los treinta y bajé el volumen hasta desvanecerlo completamente y luego apagarlo. Suspiré, ¿con qué cara vería ahora a Alexandra? ¿Podía acaso ser tan hipócrita como para mantenerle la misma sonrisa “sincera”? Ella no merecía que nadie le hiciera daño, nadie y mucho menos yo, ella ya había sufrido tanto y ahora, no podía permitirme hacerle daño. Contemplé el techo blanco por un rato, sintiéndome la persona más pérfida como amiga. Entonces oí cómo la puerta se abrió y luego la voz de Alexandra y la de Matt mezcladas. El corazón me latió por dos cosas, de nerviosismo y ansiedad.

-¡_____! ¿Estás?-preguntó Alexandra en un sonoro grito.
¿Y ahora qué se suponía que debía hacer? ¿Salir y portarme como si nada, siendo hipócrita hacía con Alexandra y ordenando callar a mi corazón cuando Matt se acercara ó quedarme encerrada en mi habitación y hasta quizá ocultarme en el armario para siempre?
-¡Allí estás!-dijo Alexandra, con alivio, abriendo la puerta de mi habitación y haciéndome sentir descubierta bajo la mirada de Matt que se mostraba en segundo plano.
Le sonreí, totalmente nerviosa y atontada debido a que no tuve la oportunidad de salir corriendo por la ventana, aunque hubiera sido mala idea por los tres pisos que había antes del suelo. No pude mirar a Matt, o mejor dicho mantener mi mirada en él, mientras él me veía; pero tampoco pude hacerlo con Alexandra, porque ella quizá podría ver en mis ojos alguna aflicción. Y no estaría del todo equivocada.
-¿Por qué no le abriste a Matt?-preguntó, entre tanto que yo bajaba de la cama y me acercaba para salir de mi habitación, aunque no quisiera.
-Oh, perdóname-intenté mirar al interpelado pero su mirada me derritió el corazón incluso antes que éste pudiera latir, así que me apresuré a hablar para quitarla rápido-. Es que me quedé dormida con la música a todo volumen-me excusé y luego me dirigí hasta la cocina para tomar una manzana, pero más para huir de ambos. Porque por el lado que sea, yo me sentía culpable.
-No, no te preocupes-me dijo Matt y su voz hizo que las piernas me temblaran.
-Lo encontré sentado afuera, quién sabe por cuánto tiempo estuvo allí-musitó Alexandra y por la colilla del ojo miré cómo se giró hacia Matt para darle un abrazo cariñoso.

El hecho de que no quería admitir que me daban celos, no evitaba que los sintiera. Entonces el timbre sonó interrumpiendo el beso que estaban a punto de darse y corrí alegre a abrir la puerta, dándole gracias a quién sea que estaba del otro lado.
Cuando abrí, un ramo de rosas rojas le tapaba la cara a alguien y sólo divisé las viriles manos que lo sostenían. Todos nos quedamos observando, confundidos y curiosos, hasta que el ramo de rosas bajó y pude ver el bello rostro juvenil de Chris, sonriéndome.


28º capítulo


-¡Hola!-me sonrió, haciendo notar sus pómulos rojizos.
-Qué bueno que llegaste-dije y lo tiré de la mano para sentarlo conmigo.
-Dime, ¿qué pasa?
-Bueno, tengo un muy, muy, grave problema-farfullé.
Sus cejas se elevaron al mismo tiempo en un gesto de sorpresa pero luego pasó a ser un ceño fruncido bañado de un matiz de preocupación.
-¿Qué tipo de problema? ¿Qué es?-inquirió, visiblemente atento.
-Bueno, ¿prefieres que te lo diga sin tantos rodeos?-pregunté, a lo mejor así era más fácil para mí.
Asintió.
-Creo que me gusta tu hermano-dije, casi hablando entre dientes, consumida por la vergüenza.
-¡¿Qué te gusta quién?!-sus ojos se abrieron al igual que su boca.
-No me hagas repetirlo-lo fulminé con la mirada.
-¿Estás enamorada de Matt?-preguntó y su voz se mezcló con alguna chispa de arrebato repentino.
-No, no, no-gesticulé-. Enamorada, no-negué rotundamente, meneando la cabeza-. Sólo, me gusta… mucho-admití, ruborizándome.
-Vaya-se recargó con aplomo sobre el respaldo metálico de la banca-. Ahora somos compañeros del mismo dolor-bromeó.
-Chaz, no estoy enamorada de tu hermano-volví a especificar.
-No por ahora.
Le fruncí el ceño y el rió.
-Vamos, cuéntame cómo ocurrió-me palmeó la pierna cariñosamente.
-Bueno-suspiré-, creo que fue desde que lo vi. Mira, yo no creo en el amor a primera vista, pero cuando vi a Matt, me atrajo al instante. Tu hermano es muy apuesto.
-Ya he oído eso-musitó Chaz.
-Bueno, tú no te quedas atrás-admití.
-Gracias. Continua.
-Él no me dijo que era novio de Alexandra, y Alexandra tampoco me mencionó que tenía uno; así que mis pensamientos volaron libremente y entonces chocaron contra una dura pared cuando me enteré de que ellos eran pareja.
-¿Cómo te enteraste?
-Oí a Alexandra decirle ‘amor’ y luego besarlo.
-Oh-musitó y quiso fingir indiferencia, pero fue notable que le dolió. Capté entonces que debía guardarme comentarios como ese.
Continué.
-Luego Alexandra me explicó que lo eran y… yo comencé a convivir con Matt, ya sabes, mientras espera a que Alexandra llegue del trabajo y eso; luego…
-Espera, espera-me interrumpió-. ¿Cómo que convives con Matt mientras espera a que Alexandra llegue?
-Sí, bueno, Alexandra llega a las ocho de la noche y Matt va a las siete al departamento.
-¿Por qué hace eso?-preguntó, confundido.
-Dice que es agradable estar allí-me encogí de hombros.
La cabeza de Chaz se meneó y luego soltó una risita junto con un resuello.
-Continúa, continúa-me instó.
-Bueno, empecé a convivir con él, llevarnos bien es fácil, es agradable y divertido, pero mientras más convivíamos, empecé a sentir cosas por él.
-¿Cosas?
-Sí, ya sabes, ese tipo de cosas-me encogí de hombros.
-¿El cosquilleo en el estómago, la sonrisa idiota en el rostro, el latir inoportuno del corazón, el enrojecimiento de mejillas y las ridículas ganas de verle el rostro a cada instante de cada día?
-Eso… mismo.
-¿Ó esas ganas abrasadoras de ser tú quien en vez de ella, esos molestos pinchazos en el interior que te fruncen el ceño cuando los ves tomados de la mano, riendo y hablando, y esas oleadas repentinas de tristeza cuando por accidente los descubres besándose?
-Sí-musité.
-Querida mía-se acomodó para mirarme de frente y me miró con un gesto divertido y a la vez compasivo-. Lamento confirmarte que estás enamorada-me hizo un cariño en la barbilla.
-¡¿Qué?!-chillé, atónita.
-¿Por qué no?-preguntó, sumamente tranquilo.
-¡Porque es novio de mi mejor amiga!-vociferé como si fuese obvio-. No debo, no puedo-negué con la cabeza, frenéticamente.
-Uno no decide de quien enamorarse-suspiró-. Y si no, mírame a mí: no debo ni puedo estar enamorado de Alexandra, y lo estoy-se encogió de hombros.
-¿Por qué lo tomas con tanta tranquilidad?-vociferé, casi queriéndole sacudir de los hombros.
-Porque no voy a ponerme a llorar ni a atormentarme. ¿Qué más puedo hacer si no es aceptar y vivir con eso? Aunque me duela.
-Y bastante-admití, ahora caía en la cuenta del por qué es que lo entendía desde un principio.
-Ahora sé por qué nunca me juzgaste-dijo, adivinando mi pensamiento.
-¿Y qué vamos a hacer ahora?-pregunté, derrotada ante el sentimiento.
-Tratar de separarlos y hacer que Matt te ame a ti y que Alexandra me ame a mí-dijo.
-¿Qué?-le miré, con desdén, crédula.
-Sabes que eso fue sarcasmo, ¿verdad? No vamos a hacer nada, no podemos hacer nada-musitó, lleno de aplomo.
-Por un segundo lo creí-susurré, recargando mi espalda en el respaldo de la silla y cruzándome de brazos.
“Y me gustó” completó una vocecilla en mi cabeza.
-¿Te digo algo?-dije, ignorándola.
-Dime-me miró.
-Creo que Matt se…-me daba vergüenza decir eso, porque seguro Chaz pensaría que estaba loca o demasiado enamorada y ya comenzaba a alucinar.
-Se… ¿qué?-me instó.
-Se pone un poco celoso cuando me ve con Chris-terminé diciendo como quien no quiere la cosa.
-¿Christian? ¿El vecino de Alexandra?
-Ajá.
-¿Por qué se pondría celoso?-preguntó, con los ojos inquisidores.
-No sé-dije, aunque sí sabía, o al menos, quería creerme lo que pensaba. Que yo de alguna forma le atraía-. Pero he notado que cada vez que tomo a Chris de la mano y que le doy un beso en la mejilla o que Chris me corteja, Matt no parece muy contento-admití.
-¿Te gusta Christian?-preguntó y me hizo recordar cuando Matt lo hizo también.
-Es agradable, pero lo prefiero como amigo.
-Entonces, déjame adivinar, ¿utilizas a Christian para darle celos a Matt?-me reprochó.
Lo primero que pensé en decir fue ‘No’, pero luego, cuando lo pensé más, decir ‘No’ sería completamente falso; porque consciente o inconsciente, yo hacía aquello para ver el ceño fruncido de Matt en su rostro y luego sentirme bien al saber, o mejor dicho, creer, que yo le robaba algún tipo de sentimiento de inquietud.
Chaz interpretó mi silencio.
-_______, eso no se hace-me regañó, como un padre a una hija, o como un hermano mayor.
-La mayoría del tiempo no lo hago a propósito-susurré.
-Y Matt no tiene porqué ponerse celoso-reflexionó-. Esto está muy, pero muy raro-se rascó la barbilla, como pensando y yo sólo me dejé caer de nuevo sobre el respaldo, suspirando. No quería hacerme ilusiones, no debía.


27º capítulo


-¿Te la dio Matt?-su ceño se frunció, y la voz se le bañó radicalmente de un matiz de confusión.
-Emm… ¡No! Quiero decir que Matt te la dejó a ti, es para ti-dije, mientras sentía que la fierecilla pataleaba y gritaba ¡Mía, mía, mía!
-¿Hizo eso?-su semblante cambió de nuevo y se volvió tierno y dulce, como era- Aww, qué lindo es-se acercó a la rosa y la tomó para luego percibir su aroma-. Tengo que ponerla en agua-sonrió y yo suspiré, aliviada y con pesar.
Aliviada porque había salido del lío que por poco y se iba a armar, y con pesar porque la rosa ahora estaba en las manos equivocadas, que irónicamente eran en las que deberían de estar.
Me senté en una de las sillas de la mesa de la cocina mientras veía cómo Alexandra sumergía el tallo de la rosa en el agua de un florero pequeño.
-¿Y qué tal tu día con Chris?-preguntó mi amiga.
-Genial-musité con aplomo.
-Ay pero lo dices como si no te hubiera gustado-su aguda voz se acercó cuando ella se sentó a mi lado.
-No, es que estoy cansada, ya me conoces-sonreí.
-No es justo, ¿sabes?-dijo.
-¿Qué cosa?-la miré.
-Que no pueda pasar tiempo contigo. Dios, ¡eres mi mejor amiga y casi ni hablamos! Yo con mi trabajo y con… Matt.
-Pero Lexi, vivimos en el mismo departamento, como queríamos desde pequeñas, ¿recuerdas?
-Sí-sonrió-, y aun así casi ni te veo. No es justo.
-Está bien. Tenemos los domingos-dije.
-Un día de siete-hizo un mohín.
-Me gustaría pasar más tiempo contigo, Lexi; como cuando éramos niñas, pero ya no lo somos. Tú tienes trabajo y yo muchas cosas que hacer. Pero al menos lo compartimos y eso es lo que cuenta.
-Me siento muy afortunada, ¿sabes?-suspiró- Tengo la mejor amiga del mundo y el novio más apuesto del planeta-rió-. Además del trabajo que quería-agregó.
No sabía por qué me sentí culpable cuando ella dijo “la mejor amiga del mundo” y celosa cuando dijo “el novio más apuesto del planeta”.
Sonreí y la abracé. Si había una amiga excelente, esa era Alexandra. No yo.
-Tengo que dormir, Lexi-dije.
-¡Ay, no!-exclamó, como niña pequeña- ¿No vas a cenar?
-Estoy cansada.
-¡Vamos! Cena conmigo, ya van varias veces que me dejas cenando sola-hizo un puchero y me reí.
-Está bien. ¿Qué cenamos?
La sonrisa de Alexandra se expandió alegre por su rostro.
Miré a través de la ventana el cielo completamente oscurecido y conté las escasas estrellas que había esa noche. Miré luego el reloj, iba a ser la una treinta de la mañana y yo aun no podía dormir. Me acurruqué entre la manta y suspiré.
No podía seguir ignorando a la fierecilla dentro de mí, porque sus pensamientos ya no iban en total desacuerdo con los míos. Pero aun conservaba un poco de cordura en alguna parte de mi cabeza que me decía que no podía enamorarme de Matt. Era tan intocable como el fuego bajo la sartén, tan prohibido como romper alguna ley de la constitución; era el novio de mi mejor amiga, y yo debía de brincar hacía atrás los pasos que no debí de caminar.
Apabullada y con la cabeza llena de pensamientos ilógicos logré dormir esa noche.

Su sonrisa llegaba hasta mí a través de la poca distancia entre ambos. Una sonrisa demasiado bonita como para desgastarla, pero él quería dármela a mí y sólo a mí; haciendo que miles de mariposas revolotearan en mi estómago. Luego tomó mi mano, y sentí que pude tocar el mismísimo cielo. El corazón se me aceleró cuando él puso mi nombre en sus labios y la sonrisa se expandía ahora por mi rostro.
-¿Quién más puede hacerte sentir esto?-me preguntó, con su voz de terciopelo. 
Era la primera noche que soñaba con él, con Matt. Suspiré con la cabeza enterrada en la almohada y mi suspiró se convirtió en un vapor cálido que me pegó en todo el rostro. Alcé la cabeza y pude sentir algunos que otros cabellos despeinados a cada costado de mi cara. Hoy era sábado. Recordé angustiada el sueño y llegué a la conclusión de que tenía que contarle esto a alguien porque si no, explotaría tarde o temprano.
Me levanté y arreglé en media hora y tecleé sobre las teclas de mi celular el número de Chaz, ¿quién mejor que él para entender toda esta locura?
-¿Hola?-me contestó, del otro lado de la bocina.
-Chaz, ¿podemos vernos hoy?-pregunté.
-Claro, dime en dónde y a qué hora-accedió.
-En la plaza, en una hora y media, ¿está bien?
-Perfecto, ¿puedo preguntar para qué?-curioseó.
-Te digo cuando te vea.
-Está bien.
Finalicé la llamada y me apresuré a salir del departamento, seguro tardaría más de una hora y media si no me daba prisa. Aunque llegar por mis propios medios me costaría trabajo.
Tomé un taxi que tardó casi los sesenta minutos en llegar y pagué con los euros que habían salido de mi bolso o que, mejor dicho, Alexandra había colocado allí para mi uso, debido a que mis billetes y monedas aun eran americanos.
Bajé y me adentré en el motín de gente que circulaba bajo el cielo grisáceo como el día de ayer, y me senté en un baco gris que estaba vacía por puro milagro, como si aguardara por mí.
Le regalé un suspiro al aire y luego miré hacia arriba, a lo mejor llovería hoy. Los nubarrones grises que surcaban el cielo se veían considerablemente amenazadores.
Empecé a divagar entre mis pensamientos, mientras esperaba por Chaz; quien hasta el día de hoy se había vuelto casi mi mejor amigo, nos contábamos todo y esta vez, no sería la excepción. Estaba dispuesta a decirle con punto y coma todo, y eso incluía aceptar que Matt me atraía y bastante.
A la media hora Chaz apareció entre el tumulto de gente, su suéter color vino y su cabello rizado fue lo que alcancé a distinguir primero.
-¡Chaz, aquí!-manoteé para que me viera y no sólo logré llamar la atención de él sino de algunos otros que me miraron extrañados por hablar en otro idioma.
Cómo si no hubieran oído jamás el español. Me encogí un poco cohibida y aun así Chaz me alcanzó a mirar y se acercó.